martes, 14 de febrero de 2012

Con especial dedicación

Aún recuerdo tu egoísmo infantil. Tu ensayada indiferencia. Tu tensa sonrisa. Tu mirada, que aún reflejaba el miedo que habías pasado, el dolor que habías sufrido, todo aquello que la vida te había negado. Aún recuerdo cómo de la noche a la mañana dejaste de ser quien eras. Sufriste una terrorífica metamorfosis, dejaste de ser tú. Dejaste de diferenciar entre el bien y el mal, dejaste el mundo en el que habías vivido hasta entonces y construiste una realidad paralela. Una dimensión alternativa en la que no hallabas más que felicidad allá donde antes solo encontrabas dolor y rechazo.

Lo que tú considerabas un cambio de rumbo no fue más que una desviación en tu camino, en tu prometedora carrera. Te fuiste y aún no has vuelto. Porque aún piensas que tu verdadero destino está al final de esta senda de aparente alegría. Aunque sabes de sobra que no es así. Sabes muy bien que, si miras atrás, verás a tu fantasma perseguirte, amenazador. Tu fantasma y todos los de aquellos que dejaste atrás, sin importarte cómo. Dando de lado a aquellos que hubieran dado su vida por ti. Y también sabes muy bien que siempre que eches un vistazo al pasado, verás de nuevo a todos esos espectros de semblante desfigurado por el tiempo. Y serás tan cobarde como siempre. Y seguirás tu huida hacia adelante.

Y tratarás de olvidarte de mí. Tal y como yo trataré de olvidarme de ti. Pero sabes que es imposible. Estamos ya el uno dentro del otro. Es demasiado tarde. Cuando recorríamos la misma senda, cogidos de la mano, dejamos huellas el uno en el corazón del otro. Imperceptibles e imborrables. Eternas y sangrantes.

Lo que no pensaste es que, tarde o temprano, nuestras almas dirigirán nuestro destino. Y nuestros caminos se entrelazarán como ya hicieron una vez. Volveremos a encontrarnos. Y, aunque no seamos los mismos, en el fondo de nuestras miradas veremos reflejado un pasado que jamás podremos recuperar. Porque esas son las huellas que dejamos. Imperceptibles para los demás, imborrables para nosotros. Eternas y sangrantes.



miércoles, 8 de febrero de 2012

Reflexiones difusas de insomnio y música country

¿Hace cuánto que no escribo? No es que haya dejado de gustarme, ni que esos sueños que me impulsaban a plasmar lo que sentía en unas cuantas líneas se hayan marchado de mi alma. Creo que, simplemente, he dejado de confiar en el poder de las palabras. No sé desde cuándo. No sé cómo. Y tampoco, por qué. Pero lo he hecho. Me he traicionado a mí mismo. He traicionado a Víctor Escribano, he traicionado al ganador de premios de literatura y de periodismo (todo, claro está, a su nivel). Y no sé desde cuándo, ni cómo, y lo que menos sé es por qué.

Pero hoy vuelvo a sentir ganas de juntar unas cuantas palabras, entrelazar frases, darle forma a párrafos y, en general, vomitar sentimientos en una cuartilla blanca, que es lo que al final acaba siendo todo esto. Escribir. Igual es la hora, igual es que no he hablado con ella y sí conmigo mismo, igual es que Chris Isaak y su “I Want You To Want Me” me han inspirado hasta tal punto que he vuelto a enfrentarme a un folio en blanco sin pensar qué voy a escribir, sin pensar por qué he de hacerlo y sin pensar si hay alguien que deba (o no deba) leerlo, sin pensar si le gustará o le dejará de gustar. Sin sufrir.

Porque si algo recuerdo es para qué escribía. Para desahogarme. No necesariamente de los malos momentos, porque resulta que los buenos también te ahogan. Es, simple y llanamente, una válvula de escape. La mejor que existe. Y no me puedo creer que me haya tirado meses ignorándola. Pero, querida psique, querida musa, querido yo… es hora de zanjar nuestros problemas y regresar a nuestro exitoso ménage à trois, volver a recorrer este camino juntos. Sin que nadie se interponga. Y, por si no lo has captado, querido yo, va por ti. Que nadie se interponga. Guiño, guiño. Codazo, codazo. Creo que lo has entendido.

Y lo feliz que se queda uno después de escribir. Aunque la actividad haya consistido en expulsar ideas indigestas (y no de la manera más decorosa…), en mezclar sinsentidos y creer que has constituido un antes y un después, un hito en la literatura. Realmente, sí que es un hito en la literatura. Porque la literatura “universal” es un cuento chino. La literatura es lo que es gracias a los millones de escritores anónimos, incluyéndonos a ti y a mí, que nos da por, pasadas las tres y media de la madrugada de un miércoles cualquiera, empezar a teclear. Empezando por lo primero que se te venga a la cabeza y sin saber dónde vas a acabar. ¡Eso es emoción, eso es inspiración! Eso es arte.

Porque no hay nada comparado al arte de vivir haciendo lo que te gusta. Y el mayor pecado que puede cometer un hombre es renegar de sus ideales, huir de lo que le causa beneficio y encerrarse en una mentalidad que no es la suya.

No volveré. Porque nunca me he ido. Que lo entienda quien quiera… y quien pueda.