sábado, 31 de octubre de 2009

Yo doy un euro para el Domund...

Sí, sí. ¡Adelante! ¡Juzgad a la gente por ser distinta! Obviamente esa es la tónica de toda una vida, de toda una generación y de toda una historia. Juzgamos a los que son distintos a nosotros simplemente por eso, por el mero hecho de ser distintos.

Claro, luego somos los más comprensivos, progresistas y magnánimos por decir "¡Nooooo! ¡No se dice negro! ¡Se dice persona de color!" Sí. De color. De color negro. Coño. Pero bueno, si dices "de color" en vez de "negro", ya estás librado de que te digan que juzgas a la gente por ser distinta. Y pobre del que lo haga, que le traerás todos los recibos de cuando das un euro para el Domund, el vídeo de cuando le diste un euro al negrito sin papeles que va por la Gran Vía, y demás parafernalias.

¿Cómo se llama eso?

¡HIPOCRESÍA!

¡Sí, amigos, una vez más, nuestra amiga ataca! Cada día he de soportar el hecho de ver a gente que se las da de lo arriba ya señalado mientras se ríen entre ellos de gente que es distinta y lo demuestra. Me parece ridículo. Así nos va. Mucho decir, y poco hacer. Así nos va. Luego nos quejamos de los políticos, pero cada uno de nosotros es un mundo en el que nada es tan bonito como pintamos. Es un poco ridículo, duele, pero es la verdad.

Pero claro, como sois mayoría, pues ¡vamos a reírnos todos! ¡Sí! ¡Bien! ¿Qué? ¿Que si hemos pensado que al otro le puede doler? ¿Para qué? ¡Nosotros seguimos esa gran máxima del: "yo estoy bien, tú estás mal"! Pero de manera encubierta, claro, que no se diga, por dios, que, repito, ¡yo doy un euro para el Domund!

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*Por si alguien no sabe lo que es el Domund, http://es.wikipedia.org/wiki/Domund

Obviamente es un sacaperras más para construir iglesias y pagarle viajes a los cardenales, pero bueno, ¡hace ilusión pensar que colaboramos con un negrito!

miércoles, 28 de octubre de 2009

Un nuevo día comienza

(ESCRITO ORIGINALMENTE EL 09-05-09)

Y cada día que pasa me dispongo a pensar "¡uy! ¡Un nuevo día comienza!"... un nuevo día... otro que añadir a una agenda sin nombre... un nuevo día... más lágrimas invisibles volcadas en una almohada seca... un nuevo día... un nuevo día para romper en dos algo que ya fue roto en muchas ocasiones... en fin, un nuevo día comienza.

Maldita sea...

Maldita sea. Nadie va a leer mi tablón. Nadie va a leer lo que escribo a menos que le mande treinta mensajitos al Messenger, acompañados de sendos zumbidos porculeros. Entonces, para que me calle, me dirán “¿Tu nombre era…?” y se lo diré. Igual incluso leen dos líneas del texto en el que he trabajado, y me dirán “Qué bueno, tienes futuro”.

Quizás esté siendo demasiado exigente… o cruel… o desconfiado. Pero bueno, qué esperabas de alguien que no hace más que demostrar su hastío permanente. Puede que sí que lean rápidamente el texto, pero no le sacarán el mensaje subliminal… realmente no entenderán lo que quiero decir con esas palabras selectivas, y en cuanto les pregunte “¿Pero entendiste lo que quería decir?”… bueno, creo que ya se sabe la respuesta. Un seco no, acompañado de un auto-disculpante equisdé.

Pero bueno… ¿en qué estaba pensando? No todos son iguales. ¿Por qué no puede haber alguien que realmente haya leído todas las palabras del texto? Con atención… con cariño… con interés… con inteligencia… ¿Acaso es mucho pedir? Sí, lo es. De verdad… ¿de verdad un ser humano, egoísta por naturaleza, va a mostrar un interés desproporcionado a una cosa que, ni le interesa, ni ha hecho él? Obviamente la respuesta es no.

Aún así… aún así sigo estando seguro de que alguien que no sea normal me prestará atención por una vez. Igual piensa que mi trabajo ha sido duro, o al menos que le he dedicado tiempo, o que tengo talento, o que he volcado mis sentimientos en un teclado inerte… lo importante es que se lo lea. Pero no que se lo lea de cualquier manera. Tiene que dedicarle un tiempo, un interés, buscarle la explicación lógica a las cosas… intentar sacar una teoría de por qué he escrito eso, o qué significa, o lo que quiero intentar enseñar ahí.

Suena estúpido. Pero, en realidad… fuera de esta hipocresía que nos suele rodear, piénsalo detenidamente unos segundos… sólo piénsalo… ¿a quién no le gusta que le presten atención?

Eso es todo.

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Para que realmente la gente entienda qué coño he escrito, es simplemente una especie de lucha entre los, al menos dos, “yo” internos que cada uno tenemos. El que dice que sí, el optimista, el luchador… y el que se niega, pesimista, resignado… En este caso lo enfoco sobre un tema que me hizo gracia. Cuando hice el texto de oscuridad y lo pasé por todos lados, mucha gente de la que yo sí que me acordaba me preguntó quién era, cosa que me causó una mezcla de estupor y gracia. Tras leerlo, mucha gente me dijo que estaba bien, pero en cuanto le pregunté un poco más sobre el texto, se quedaron en blanco. ¿Extraño… sospechoso… raro? No, es simplemente que demuestran una falsa cortesía que tiene sus partes positivas y negativas. En el texto, los dos “yo” internos discuten sobre si alguien va a apreciar realmente su trabajo, y al final gana el “positivo”, alegando que no todos somos iguales y que seguro que hay alguien que demuestra un mínimo de interés.

No sé si realmente os he aclarado algo o os he dejado peor aún, pero bueno. Es lo que hay.

Víctor Escribano.

domingo, 25 de octubre de 2009

Dilema


- Olvídate de ella.

¿Cuántas veces había oído ya ese consejo? Cada día que pasaba, me lo decía. Cada día que pasaba tenía más razones para olvidarla, las mismas que tenía para quererla. Cada día que pasaba, estaba más confuso y enfadado conmigo mismo. ¿Por qué? ¿Qué cojones he hecho yo para merecer esto?

- Pero es que no puedo… - acerté a contestarle una vez más.

Él levantó la ceja cuestionando mi respuesta, y contestó secamente:

- No es que no puedas. Es que no quieres.

- ¿Crees que no lo sé?

Era obvio que yo no quería. La amaba… si hay algo que jamás llegué a entender era cómo él pretendía que me olvidase de un día para otro de sentimientos que databan de más de un año. Llevaba sin dormir bien semanas, a cada día que pasaba se me hacían más duros los momentos, cuando creía que había olvidado todo, mi mente me jugó una de sus clásicas malas pasadas y mi corazón volvió a latir equivocadamente.

Ojalá siguiese muerto mi corazón… ya no lo necesitaba. Había aprendido a odiar a quien no me conviniese, quizás de una manera tan extremadamente subjetiva que llegaba a intentar esquivar el contacto femenino para no sufrir ni un segundo más, para no perder aquella alegría artificial que me traían mis amigos. Pero realmente necesitaba lo que yo creía odiar para ser feliz. Qué coincidencia, ¿no?

Mi mente es demasiado complicarla como para que alguna vez pueda llegar a entenderla yo mismo. Ella me domina a mí libremente, mi consciencia (lo que podría denominar “yo”) no es capaz de tenerla atada y a mi voluntad en bastantes ocasiones, sino al revés. No puedo controlar mis pensamientos, soy demasiado tonto como para controlar mi inteligencia superior. Es como si la desaprovechase.

- Bueno, ¿y qué piensas hacer? – me preguntó.

Tenía que responder, y tenía dos opciones. Tenía que decirle la verdad. Pero es que ni yo mismo sabía qué iba a hacer, sólo le podía dar una pequeña suposición que quizás usase. La primera de las opciones era lanzarme al ruedo, echarle dos cojones al asunto y decírselo, ya poco tenía que perder… pero la otra era intentar dejar reposar todo el tema, que se calmen los ánimos, intentar ver si podía olvidarme realmente, aunque lo dudaba.

- No sé… creo que lo intentaré, tío… - respondí algo dubitativo.

- ¿Sabes cuál es tu problema? – me preguntó.

Me esperaba una respuesta envenenada, sincera pero a la vez un tanto hiriente…

- Estás enamorado de un recuerdo.

Bingo. No me equivocaba. Y qué razón tenía el muy cabrón. Ya había llegado a conclusiones parecidas, pero jamás había sido tan franco conmigo mismo. Había alcanzado el punto de herirme a mí mismo con mis conclusiones, pero eso, más que herirme, me había tocado la fibra sensible. Estaba a punto de echarme a llorar de impotencia, no entendía la razón por la cual tenía que estar así. Yo… sincero, gracioso, inteligente, culto. Nunca me gustaron las falsas modestias, no era egocentrismo, era la realidad. No entendía como gente estúpida y sin nada interesante, a mi ver, tenía cogido de su mano a niñas fantásticas, que ni en mis mejores sueños alcanzaría a ver.

Nunca me quedó otra que refugiarme en mis eternas quejas sobre mi físico. Yo jamás había tenido tal complejo de físico desde que empezaron a llover los rechazos. Y cada día iba subiendo. Hasta el ridículo punto de negarme a quitarme la camiseta en la playa. Ya no quería permitir a nadie más que se riese de mí o me tratase mal por algo que no fuese mi personalidad, por algo que no podía arreglar yo. Pero sin embargo tenía esa sensación.

- Pero es que la quiero… - le dije ya cabizbajo y completamente hundido.

- Lo sé, pero, ¿qué quieres que te diga? No la vas a conseguir…