jueves, 8 de septiembre de 2011

Voluntad y destino: términos difusos


Sería capaz de jugarme todas mis posesiones por una idea que me lleva rondando la cabeza desde hace un tiempo: la relación de la voluntad con el destino de cada uno. La verdad es que en estos últimos días he estado pensando en ello. ¿Qué es lo que determina que no consigamos nuestros objetivos? ¿Por qué, a veces, cuando queremos algo, no podemos conseguirlo? Desde que tenemos uso de razón, nos han inculcado ideas del orden de la humildad, la resignación y la aceptación de lo que nos ocurre. Y desde ese punto de vista quiero analizar lo que realmente hacemos para conseguir nuestros objetivos.
Plantearé la segunda pregunta que he formulado en la cabecera de este texto de otra manera. En lugar de preguntarme por qué no podemos conseguir lo que queremos, últimamente he pasado a preguntarme otra cosa bien distinta: “¿Realmente estoy luchando por lo que quiero?” La respuesta suele ser más que obvia: realmente, no. La voluntad, la obstinación, la determinación y la capacidad de superar la adversidad son cualidades inherentes al espíritu humano, pero en una sociedad cada vez más ‘avanzada’ en la que tenemos todo al alcance de la mano sin apenas esfuerzo, aquello que nos supone un trabajo más allá de lo que solemos hacer es sistemáticamente rechazado. Los hombres y mujeres que se hacen a sí mismo se han convertido, desgraciadamente, en una especie en peligro de extinción.
La línea que separa el deseo de conseguir algo y la consecución del objeto, persona o sentimiento en cuestión tiene un nombre muy claro: se trata ni más ni menos que de la voluntad. Cuando una persona de las que he declarado en peligro de verse extintas desea algo, mueve cielo y tierra para conseguirlo. No importa el qué, el cómo ni el cuándo. Sólo importa el por qué. Y realmente son ese tipo de personas las que acaban triunfando en la vida. Se sienten realizadas y completas, y con razón: tienen lo que quieren.
Más allá de las implicaciones éticas que pueda suponer la voluntad de conseguir algo sin importar las consecuencias, lo cual no defiendo, la verdad es que he de aplaudir con todas mis fuerzas a este tipo de héroes cotidianos que progresan en la vida a pasos agigantados a base de comprender y asimilar una de las premisas básicas que deberíamos aprender lo más pronto posible: la vida es una competición. Esto estaba bien claro antes de que yo lo dijera, ¿verdad? Pues bien: la vida es una competición, sí, pero no contra los demás. Si tú quieres conseguir algo, eso quiere decir que todo lo que hagas será para ti, y que no importa la opinión de los demás. Asimismo, todo lo que no hagas será tiempo y esfuerzo perdido.
Te voy a plantear una última pregunta. ¿Tienes lo que quieres? Piénsalo un momento. Te aseguro que no. Ahora bien, ¿estás dispuesto a luchar por conseguirlo?

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